¿Qué nos hace singulares cuando parece que todos queremos parecernos a todos?
Es posible establecer que lo singular es lo único, lo específico, el rasgo que nos caracteriza, lo más íntimo, en cambio lo particular es compartido. De tal forma, el psicoanálisis se interesa por lo singular, por la irreductible singularidad del sujeto, mientras que la clínica médica y psiquiátrica, con la noción de diagnóstico y conceptualización de clases, se interesa por lo particular.
“Debo encontrar una verdad que sea verdad para mí”
(Soren Kierkegaard (1813-1855)
El psicoanálisis tiene como propósito, es su directiva, su dirección, develar una verdad que es desconocida para el paciente.
En las condiciones de un tratamiento psicoanalítico a través de la regla fundamental que se le propone al paciente en las sesiones que es que “diga lo que se le ocurre”, es decir la asociación libre, se pone en juego la irrupción, el surgimiento de un sujeto en el decir de quien habla.
Esta verdad sólo tiene su lugar en el dispositivo analítico. No se trata de una verdad para todos, que se pueda encontrar en una enciclopedia o en un discurso científico, o de una única verdad para todas las personas como si fuera un decálogo de personalidades o categorías, sino más bien lo que se apunta es a la verdad de cada sujeto, una verdad para cada uno.
Se trata pues de modificar lo que desde el psicoanálisis es esencial que es el modo del lazo al Otro que ha constituido a ese sujeto.
La pregunta por la existencia y su finitud, si bien son disquisiciones filosóficas que nos acompañan desde el inicio mismo del pensamiento humano, han tomado en la actualidad un carácter universal, que impone la “completud” como modo de compensar ese vacío existencial para que esa pregunta por el ser no siga operando. Algo así como “apagar” la pregunta.
¿Es una característica de este tiempo, es una consecuencia de la sociedad de consumo y su modo acentuado de propagarse?
Se vive expuesto a un sinfín de respuestas que abruman, que indican cómo vivir, de qué forma y en qué medida. Recetas, remedios, modas, estilos, conductas, reglas, leyes, costumbres, y todo aquéllo que domina el discurso contemporáneo.
Respuestas a preguntas que incluso las personas ni se han hecho el trabajo de formular.
El psicoanálisis entra en colisión y se contrapone con respecto al discurso de las ciencias que pretenden unificar y masificar. En los modos de abordar el padecimiento psíquico, el discurso científico responde a la demanda de homogeneizar y protocolizar los tratamientos en formatos breves e iguales para todos. Intenta reducir el padecimiento subjetivo a un síntoma a ser erradicado. Y esto, como lo advertía Freud, sólo logra la eliminación de un síntoma, pero no elimina la capacidad de producir nuevos síntomas.
¿Qué pregunta no nos hacemos? ¿Qué nos hace singulares en esta tendencia social a uniformarse?
“El psicoanálisis ofrece al sujeto la posibilidad de descubrir y asumir lo que es como sujeto singular, no parecido a los demás”
(Colette Soler)
Las expectativas de una persona que consulta en cuanto a qué es o de qué se trata un análisis se sostienen de acuerdo con las creencias existentes tanto por lo que supone que realiza el psicoanálisis como por aquellos factores culturales, normativos, educativos y sociales que configuran la idea de los pacientes a los que nos dirigimos.
No hablamos pues de individuos, indivisos, completos. Precisamente a todos nos atraviesa de algún modo particular los discursos que operan sobre nuestros cuerpos: La cultura, la sociedad, las leyes, la familia, las circunstancias en las que vivimos y desarrollamos nuestra vida.
Una parte de nuestro trabajo, es atender y entender que estos discursos nos atraviesan y que tienen un impacto real en sus efectos en términos de que los tratamientos se actualicen no solo por la singularidad de cada paciente sino por la época en que desarrollamos nuestro trabajo analítico.
Es poner en consideración que el analista no escapa al tiempo en que desarrolla su trabajo.
“Las palabras son flechas, dardos capaces de envenenarnos de amor, de goce, de deseo y de muerte. No son culpables de nada y a la vez son la causa de todo. Por aquello que nombran, por aquello que callan y por su importante papel en el destino”
(Gustavo Dessal)
Sin los seres humanos, sin el lenguaje, no habría que nombrar. El árbol no sería árbol, el perro no sería perro y el azul no sería azul… y nosotros no seríamos más que nada.
El lenguaje es preformativo, nos induce a hacer, a realizar actos y es el medio con el cual construimos el mundo.
En tanto el lenguaje exista, existimos nosotros.
La cultura, al nacer, nos otorga un orden y un lugar dentro de ella. Ese lugar, ¿qué hacemos con él?
“Lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros”
Jean Paul Sartre (1905-1980)
La marca es muda. Sobre ella se escribe y sobre escribe sin poder colmarla, suturarla, cerrarla. Está ahí para dar lo que no hay, alojar, decir algo, dejar huella, transmitir, para que algo pueda circular.
Un nombre designa, da principio, lo ingresa, lo admite en el orden simbólico.
Nombrar al sujeto, produce la identificación y también lo diferencia de los otros. Es reconocer que ingresamos al mundo del lenguaje, nos antecede, y que somos un elemento de la cultura en él.
El lenguaje inscribe y con sus leyes, regulan, a la vez que prohíben y posibilitan. Allí advenimos, en él nos alojamos.
¿Cuáles son los efectos de esa inscripción y sus fallas?
¿Por qué dejar una marca? ¿De qué se trata esa idea de inmanencia, de trascendencia, de legado? ¿Qué será lo que transmite?
Algo interrumpe, irrumpe, cortando o agregando un sentido en esta, nuestra contemporaneidad.
“En el discurso analítico no se trata de otra cosa… sino de lo que se lee”
(J. Lacan Seminario XX).
Lectura que nos permite escribir una nueva versión de nosotros mismos.