Sabe en qué meterse. No quiere salir ni quedarse afuera. Siempre quiere estar adentro. Solo sale cuando tiene la garantía de dónde entrar. ¿De qué estamos hablando?
Imaginemos a un sujeto que aún está alienado (pegoteado, adherido, incorporado) a un Otro. Y vayamos a una imagen un poco más gráfica, adherido al cuerpo del Otro, a ese lugar que lo nutrió, le dio asilo y lo mantuvo con vida durante un tiempo. Hablamos del vientre materno. En este caso, la imagen figurativa puede acompañar al relato. Comencemos el análisis.
El sujeto elige siempre lo mismo. Hace serie con las relaciones, escenas, personas, trabajos, eventos, actos, pensamientos, sueños, juegos, situaciones desagradables o incluso dolorosas y repite una y otra vez para encontrarse siempre con lo mismo. Lo que insiste en el sujeto es encontrarse con nada nuevo y eso lo frustra. Insiste el modo, da lo mismo el qué. Lo que se advierte es una compulsión a repetir y al parecer lo que nunca hace es salir.
Los sujetos que se presentan de esta manera tienen la mirada puesta más en el objeto que en sí mismos, en las consecuencias más que en el origen de estas supuestas elecciones. Supuestas porque están determinadas por el inconsciente. Seguirá repitiendo mientras no aparezca la pregunta “¿Por qué hago lo que hago?”
¿Qué lo impulsa a repetir siempre lo mismo?
En el origen hay una elección que no puede dejar y a la que regresa una y otra vez, rechazando todo lo que puede ser diferente. Es una fidelidad a su primera elección de la que nada sabe. Más que salir y meterse, está quieto, fiel a su primera elección original. Las otras son copias, un entretenimiento, sustitutos que no colman el ideal que se construyó en su inconsciente.
No se atreve a explorar otros modos puesto que cualquier cambio le da miedo, lo angustia, entonces cualquier cambio le es prohibido. Si por azar sucede, quizás surja la pregunta ya no del estilo “tengo que cambiar” sino “¿Qué fue lo que cambió?”, y es la que inaugura en algunos casos la experiencia analítica.