El sujeto adquiere en el transcurso de su vida diversos modos y recursos con los que dispone para hacer frente a su angustia; algunos escuchan música, otros buscan el abrazo de un amigo, algunos se ponen a trabajar, otros tienen hijos, se casan, se divorcian, aceptan un cargo, se mudan, otros navegan en las redes sociales, estudian, tienen citas todos los días, ven una serie, toman un baño, comen helado, duermen mucho, lloran. Estos modos y tantos otros son respuestas que producen cierto alivio momentáneo cuando se les impone la necesidad de hacer algo con eso que les pasa y sepultarlo, reprimirlo, olvidarlo o suspenderlo.
¿Qué sucede cuando ningún recurso cancela la angustia?
El sujeto redobla sus esfuerzos, trabaja infatigablemente, insiste en repetirlos porque sabe que en algún momento le dieron resultado. Sin embargo, el modo repetitivo se vuelve evidente para él cuando aún así irrumpe la angustia y desborda los diques que construyó para contenerla. La repetición pierde su carácter de recurso, resulta insuficiente y pasa a ser del orden del exceso y la compulsión a la repetición.
¿El sujeto está condenado a repetir para acallar la angustia?
Cuando demasiado es poco
La repetición resulta insuficiente y el exceso -la compulsión a la repetición- toma así su lugar frente a la angustia como una respuesta automática. Señala que algo está por fuera de los límites y del control, en demasía. Hay un plus que no puede ser medido, sancionado. El sujeto queda desvirtuado frente a la compulsión, no puede parar, se le impone el modo por sobre la voluntad. A más angustia, más exceso, se retroalimentan.
El exceso se empieza a nombrar como tal cuando aparece por repetición. Solo por esta vía el sujeto se percata y lo registra.
Algunas viñetas:
“Debería dejar de fumar, cada vez que subo las escaleras me falta el aire” El sujeto se anoticia de la repetición a partir del efecto en su cuerpo. No hay pregunta de porqué fuma, tampoco la decisión de dejarlo, ni porqué fumar se le impone como un objeto privilegiado, solo mide el efecto que le provoca. El “debería” indica una postergación en el tiempo similar a “algún día…”
“Se acabó esta vida. El lunes empiezo la dieta y a hacer ejercicios. Pido turno con el nutricionista y me anoto en el gimnasio. No puedo seguir así ni un día más” ¿Cuál lunes? El corte abrupto, la limitación impuesta, artificial, es parte de la repetición. El exceso se encuentra entre hacer dieta y ejercicios y no hacerlos. Oscila entre un exceso y su prohibición.
“Corté todas las tarjetas de crédito para no comprar más” Si no se pregunta por el lugar que ocupaban las compras, los gastos, los objetos que consume ¿Qué sucede cuando deja de hacerlo?
“Tomo desde hace unos años hasta quedarme dormido. Me despierto sin saber lo que pasó. Me da vergüenza”. La culpa, la vergüenza, el miedo a lo que está haciendo son las diversas caras del registro del exceso. No puede hacer algo con ello, a veces resulta difícil incluso contárselo a otro. No habla de las causas del exceso sino de sus consecuencias.
“Cada vez que estoy en pareja dejo a mis amigos/as de lado” El sujeto desconoce por qué lo hace de esa manera. Solo puede tener una relación a la vez, en exceso y otra en defecto, ¿por qué se le impone de esta forma?
“Me la paso pensando todo el día” Ejemplo de un exceso silencioso. Un pensamiento viene al lugar de otra cosa que está reprimida. Necesita pensar y pensar, y pensar para que aquello reprimido no emerja a la superficie.
“Me dediqué toda la vida a atender a mis hijos” La idea de “toda la vida” es un exceso. La frase es el intento de colmar el tiempo, de completar. ¿No es demasiado?
“Me casé para no joder más”. El sujeto ubica al casamiento como una prohibición, le hace de límite. Se impone un mandato social para poder frenar el exceso.
“Todas mis relaciones terminan igual”. ¿Qué hará el sujeto para que nada cambie?
“Todas mis ex-parejas me demandan por los hijos, ya me embargaron el sueldo”. La regulación es externa al sujeto, no registra que es su deber, tiene que aparecer un tercero, la ley, marcando lo que debe hacer. El sujeto no puede asumir la responsabilidad de sus actos y menos aún de sus consecuencias.
“Por que le dije esto, tendría que aprender a callarme la boca” Hablar de más. ¿Para qué?
Toda neurosis es un exceso
Estos son solo algunos ejemplos entre otros tantos que suceden en la vida cotidiana. El sujeto no reconoce que entre él y el objeto media el exceso, con lo cual si cancela el objeto, el exceso se desplazará hacia otra persona, objeto o pensamiento. El exceso es propio aunque el sujeto lo desconozca. Ubica el exceso del lado del otro o del objeto. Prohibir el acceso al objeto genera abstinencia y como consecuencia angustia.
El exceso genera extrañeza. No sabe porqué se le impone. Cuando pretende limitarlo, lo quiere eliminar de raíz. El sujeto cree que le viene de afuera, que no es suyo. Cuando se limita, se limita todo… en exceso.
En resumen, es posible considerar entonces que la repetición es un mecanismo que protege fallidamente de la angustia. No proviene de afuera, es propia del sujeto. Es precisamente la angustia lo que genera la repetición. Por ejemplo, cuando hace frío el sujeto se abriga, solo que en este caso el frío es interno. Por más abrigo que se ponga, el frío es cada vez más intenso. Lo mismo sucede con la repetición. Cada vez más y más, la angustia que tiene el sujeto lo hace repetir y repetir y no alcanza a cubrirla. De allí la compulsión y el exceso.
¿La angustia solo promueve la compulsión a la repetición?
De la angustia al deseo
La repetición es un intento de recuperar algo perdido, que fue del orden de lo placentero, y se lo pretende recobrar.
La angustia aparece indefectiblemente. Por más que se la intente tapar, silenciar, desconocer, acallar, se abre paso. La repetición fracasa.
Se puede mirar a otro lado, hacerse el desentendido, aislar o reprimir las emociones, enfermar, tomar atajos, decisiones impulsivas no elaboradas “a todo o nada”, distraerse, entretenerse con cualquier cosa, pasar el tiempo, aburrirse, angustiarse.
La angustia desborda el saber. Ninguna respuesta conocida es adecuada. Todos los modos que tenía el sujeto para silenciarla no alcanzan.
Les proponemos considerar la angustia como una pregunta.
Aquella que apunta a lo singular del sujeto. Solo él puede responderla, no hay un para todos. Es una pregunta única que cada sujeto deberá desplegar en algún momento de su vida. Es una pregunta que se crea y se recrea y habla de un recorrido, por ejemplo: “¿Qué estoy haciendo con mi vida?”, que apela por la inventiva y la producción de recursos novedosos e inéditos que puede poner en marcha el sujeto para sí. Atravesar la angustia y sostener la pregunta es un acto de valentía. No retroceder ante la pregunta señala el camino del deseo.
El sujeto que se pregunta por su angustia, se separa de la respuesta fija, constante, repetida. Es un momento singular en el cual su pregunta se despega de la respuesta determinista que anula su movimiento y posibilita un acto creativo.
Todas las personas tienen angustia?
La angustia desaparece un día? O convivimos con ella?
La angustia señala lo que no funciona. Una manera de aliviar la angustia es prestarle palabras, crear algún sentido posible sobre eso que sucede. Gracias por tu comentario. Te invitamos a transitar la experiencia de un análisis. Saludos