Resulta difícil ser testigo o escuchar a tus padres o familiares discutir. A veces las personas que se quieren manejan sus desacuerdos a través de las peleas. No necesariamente cuando sucede significa que será permanente.
Es habitual que las personas que conviven o comparten mucho tiempo resuelvan sus diferencias a través de discusiones. Es el modo que han encontrado de relacionarse e incluso, cuando creemos que ésta es la última, o que sería mejor que no estuvieran juntos, siguen y siguen discutiendo… juntos.
Y más aún, si no hubiera “espectadores”, ¿seguirían peleando?
Puede no gustarnos, claro está, participar de esa escena.
Solo cabe preguntarnos porque somos parte de esto y si lo único que se puede hacer es “odiar”.
Es posible que la persona que “odia” no se siente parte, mira, escucha, está fuera, no es tomado en cuenta por aquellos que pelean. Es algo exclusivo de ellos que no incluye al que observa. Se siente desplazado y por ello los odia. No se siente reconocido o incluso más, no se siente deseado por esa familia. Ellos “están en otra” pelea que no es la que él quiere. Al mismo tiempo puede suceder que esta persona que observa la pelea en forma inconsciente desea que peleen por él.
En forma solidaria, es posible que se juegue el deseo de que “se separen” para tener un lugar con alguno de los “contendientes” de la pelea. Odiando la pelea mantiene reprimido el deseo inconsciente por alguno de ellos, anhelando que se separen. A veces lo expresa abiertamente, solo que si ello se realiza, es probable que se sienta culpable de la separación.
Por lo pronto, si algo nos parece mal, nos molesta, se puede transmitir a esos familiares cómo nos sentimos y cómo nos impactan o lastiman que se la pasen discutiendo o… nos podemos ir, y dejar de mirar.