Elegir y ser elegido
Toda elección tiene una doble vertiente, el sujeto se propone algo y entre sus diversas opciones escoge una. En forma solidaria con esta elección, el sujeto es elegido por ella. Esta doble elección, produce cambios en quién elige, lo transforma, lo modifica, cambia su perspectiva y su horizonte se ensancha. Da un paso, se pone en movimiento, acciona.
No obstante, a un creciente número de personas que atiendo en el consultorio, se les presenta en ocasiones diferentes y variadas posibilidades, un abanico de ellas y no deciden nada, se detienen o bien quedan hasta fascinados con la oferta de opciones y prefieren no elegir para no perder ninguna de esas posibilidades.
Aunque parezca una obviedad, elegir algo es a la vez no elegir otras cosas, es decir no se puede elegir todo, en tanto no habría allí desde luego ninguna elección.
Mientras que para algunos “esa elección” es decidida y sin demasiados preámbulos, para otros resulta una pérdida, y por ello no están dispuestos a atravesar esa línea.
Mientras no se elige, todo permanece ¿posible?
Será necesario considerar algo de otro orden que no es tan evidente que hace que alguien se detenga.
En la atención clínica es muy habitual observar que esa “No decisión” hace que los sujetos se cristalicen, se conserven y mantengan en el tiempo, o mejor dicho, que éste no transcurra, se detenga, y los deje siempre en el mismo lugar, eternamente en un presente. Presente que lo aleja de un fin. Aunque parezca extraño, es la elección más usual.
¿Por qué alguien se detiene y no elige?
Detrás de toda posibilidad, como alternativa posible, en el horizonte, está presente la muerte. Con cada elección, con cada movimiento que damos en un sentido, en cada jugada, en cada elección, existe una finalidad, y la posibilidad cierta que ese sea el fin. Sumado a que no hay ninguna garantía de las consecuencias que esa elección acarrea ni de cómo será la vida y sus avatares luego de tomada esa elección. Claramente para muchos esta decisión los asusta, les da miedo, los paraliza, petrifica y cristaliza. Dice un viejo refrán, «mejor malo conocido que bueno por conocer». Refrán conservador si los hay.
El sujeto está parado ante la chance y no hace nada. Cree que no hace nada y no elige nada. Elige no elegir. El tiempo de igual manera avanza, lo cambia y cambia su perspectiva. Pero se cristaliza en ese momento en que elige parar el tiempo.
Que fácil puede ser no hacer nada y quejarse, establecerse en lugares, conocer personas, hacer que la rutina sea un pasatiempo, y dejar la opción única de “no me queda otra” y «¿qué querés que haga?» Buscando alguien, cualquiera, que le diga qué hacer. Esa pregunta ¿a quién va dirigida?
Otras formas de paralizar el tiempo es abandonar el cuerpo a la suerte y que se ¡enferme!. Paralizar y nombrarse con una enfermedad, determinar qué o cuál y aferrarse a eso, a ese nombre, a esa dolencia.
Otra modo de detención se logra con las adicciones, no sólo a las drogas y el alcohol, sino cualesquiera de ellas.
En definitiva, ¿Qué es el dolor? Es el modo que se tiene para tramitar una pérdida, es algo que no está, que se ha ido y en su lugar adviene el dolor. Cada uno decide cuanto tiempo se queda con su dolor. Solo que algunos se lo guardan excesivamente, se quedan con el dolor y en lugar de salir, relacionarse con nuevas personas, acciones, amores, trabajos, eligen el dolor. Y éste, cómodamente se instala.
El sujeto se torna conservador, incluso de su dolor, pues considera que sin él sobreviene la angustia y por lo tanto la muerte.
La muerte no es dolorosa, es la idea de la muerte la que duele y se queda en ese lugar, de angustia y de dolor a fin de evitar la muerte. Esa es la elección que parece no elegir nada.
Quien elige coquetea todo el tiempo con la muerte, hace de ella su compañera y le da fuerza a su vida, impulso vital, necesario para respirar, para amar y desplegarse.
Quien cree lo contrario, avanza en su mortificación, cree que nada es posible y por de pronto se deja morir. Encuentra en todo lo que hace fastidio, hastío, melancolía, aburrimiento. Todas ellas formas de llenar un vacío que no existe en cuanto tal, sólo en una imaginación que deposita un dolor en un lugar que no existe y donde el efecto de su inexistencia es la vida misma.
Es mediante la escucha en un análisis que un paciente que transita ese espacio, repite y lo hace cada vez mejor, incluso sin darse cuenta que está repitiendo, creyendo que nada repite, repetición que cuando se escucha, cae. La escucha hace caer la repetición, a través del corte, la puntuación, la sanción. Esa escucha, posible entre tantas, genera una diversificación de sentido que hace caer el sentido único, el común, el que creemos trascendental y genuino.
Una de las primeras reacciones es no creer, negar, resistir en ese lugar. El sujeto cree que se enfrenta a una elección imposible o que lo va a llevar a un peor escenario en el cual se encuentra. En el ajedrez, se lo denomina “Zugzwang”, cuando la única jugada posible es no mover.
Tarea ardua, comenzar a moverse, y si que lo es, si bien cada movida nos acerca a la muerte, esta cercanía es la que posibilita la vida.