Mujer(es)

«Todo cuanto ha sido escrito por los hombres acerca de las mujeres 

debe considerarse sospechoso, pues ellos son juez y parte a la vez.» (1)

 

La situación conflictiva a la que se enfrenta, atraviesa y expone la mujer y las dificultades que se le presentan obstaculizan su proyección a nivel público. Se parte de la premisa de que la identidad de la mujer como sujeto social se enfrenta a grandes contradicciones.  Es posible señalar cuáles fueron y son los desencadenantes que han contribuido a potenciar la representación de estas contradicciones sociales de la mujer en la esfera pública.

¿Qué es lo que ha propiciado y motivado esas contradicciones? 

Es posible señalar tres dimensiones que han articulado el proceso de transformación de la mujer como sujeto social y que, a su vez, articulan las contradicciones que la definen como tal: la dimensión pública, la dimensión laboral y la dimensión económica.

La dimensión pública hace referencia al paso de la mujer a la esfera pública. A lo largo del siglo XX la mujer se incorpora a una ciudadanía típicamente masculina y a un espacio público que le había sido tradicionalmente vedado. 

Si lo público tiene un valor distinto para hombres y para mujeres, pasa lo mismo con la experiencia de la privacidad. En este sentido, resulta evidente el contraste de significado entre las expresiones hombre público, denotativa de reconocimiento y legitimación social, frente a mujer pública como atributo peyorativo que implica simplemente accesible a todos, con ausencia de reconocimiento y deslegitimación. Del mismo modo, el atributo de la calle exalta al hombre a la categoría de ciudadano y rebaja a la mujer a prostituta.

Asimismo, esta división entre lo público y lo privado, característica de la modernidad hasta bien entrado el siglo XX hacen que los hombres asuman roles diversos siendo el más importante el de proveedor y sustento económico del hogar, posibilitando con ello que el hombre, el género masculino, salga de la esfera íntima y social hacia lo público, estableciendo claramente que el ámbito de su quehacer queda fuera de lo privado y relegando a la mujer, el género femenino, a lo doméstico, al dominio de lo privado, en el cual los roles de las mujeres se restringen a dar a luz, al cuidado, protección, formación y entrega de afecto a la prole.

En tal sentido, el conjunto de significaciones que lo imaginario social instituye con la modernidad en relación con la familia se encarna en lo cotidiano, ordena lo público y lo privado, delimitando las prohibiciones para la mujer, por medio de tres mitos enlazados, Fernández da cuenta de este modo: «el mito de mujer = madre», de la «pasividad erótica femenina» y el del «amor romántico»(2). A través de ellos se aseguraba la mujer en la casa cuidando de sus hijos y la paternidad segura. 

Estas significaciones, refiere Elizabeth Badinter(3) mediatizan las relaciones de hombres y mujeres. Según sus capacidades intelectuales, se atribuyen al hombre el ser inteligente, creativo, objetivo, lúcido, con mente científica y matemática, y con capacidad para razonar y teorizar; en cambio, en esta misma dimensión, el atributo asignado a la mujer es su intuición. Respecto de la autoestima las mujeres serían débiles e inseguras; la autoestima de los hombres se caracterizaría por una necesidad de poder, de éxito, de prestigio, de celebridad, necesidad de realizarse, de autoestimarse. En relación a la estabilidad emocional, la mujer sería emotiva, sensible, temerosa y cambiante; los hombres serían firmes, decididos, tranquilos, ponderados y equilibrados. En la dicotomía autonomía-dependencia: el hombre sería independiente, aventurero, patriota, luchador, valiente, con gusto por el riesgo, ser para sí. En tanto, la mujer sería dependiente, sumisa, necesitada de apoyo, con deseos de agradar, ser para otros. Respecto de la dimensión agresividad, la mujer sería astuta y manipuladora y el hombre, combativo, luchador, competitivo. En la polaridad sexualidad-afectividad, el hombre estaría centrado en el sexo; la mujer, sería tierna, dulce, púdica, necesitada de amor, seductora, necesitada de ser madre. Y, respecto de los niveles de actividad, el hombre sería activo y la mujer pasiva.  Significaciones que no se dieron de una vez y para siempre y cuyo origen, por otra parte, es posible rastrear a través de los cambios sociales, es decir, tiene una historia, se dio en el marco de un proceso histórico.

Este proceso es el que permite comprender que la subjetividad no es idéntica entre las personas ni entre los grupos, y tampoco, obvio es señalarlo, entre mujeres y hombres. Por el contrario, la particular construcción de género de mujeres y hombres hace que ellas y ellos desarrollen subjetividades genéricas y personales específicas.

Comprender que hay una construcción social del género permite distinguir las asignaciones de género. Cada persona es enseñada a ser mujer u hombre en diversas maneras y por diferentes personas, instituciones y medios. Cada quien aprende según sus posibilidades, y cada quien internaliza, asume en grados diferentes, el conjunto de mandatos de género, los cumple o los desobedece. El proceso de internalización de género lo vive cada persona casi sin percibirlo, inconscientemente y dura toda la vida. La experiencia internalizada va configurando la subjetividad y el psiquismo. Por eso el género es constitutivo de la subjetividad, y por eso la identidad de género y la subjetividad están estrechamente enlazadas. En consecuencia, los cambios genéricos son, además de cambios identitarios, cambios en la subjetividad. 

En la actualidad, circula la idea de que el problema se resuelve si se les ofrece condiciones y oportunidades iguales que a los hombres (4). Considerar que se puede eliminar la discriminación sexista si se trata igual a hombres y mujeres es desconocer el peso del género. Lo primero que aparece es que la formación cultural de las mujeres, la educación de género para volver «femeninas» a niñas y jovencitas, es también un entrenamiento laboral que las capacita para ciertos trabajos. En el mercado de trabajo hay una demanda real para muchos puestos tipificados como «femeninos», que son una prolongación del trabajo doméstico y de la atención y cuidado que las mujeres dan a niños y varones. También hay características consideradas «femeninas» que se valoran laboralmente, como la minuciosidad y la sumisión.

La familia, la escuela, los medios tienen una influencia muy grande en la modificación y/o conservación de las pautas culturales. Y desde dentro del campo específicamente laboral, de las empresas también, porque éstas no operan en el vacío, actúan en una sociedad. Cabe citar como ejemplo que la licencia por paternidad que rige hoy en la Argentina es, en la mayoría de los casos, de sólo dos días. 

Vale recordar que el hogar hasta el siglo XX (5) era y lo es aún en gran parte de la sociedad, el espacio restringido a la mujer que conforma su esfera privada. Es, por tanto, característico de la identidad femenina como guardiana y mantenedora del mismo. La división simbólica público/privado se relaciona así con la distinción racional/afectivo, correspondiendo a la mujer hasta el siglo XX el hogar como territorio de afectos y pasiones, permaneciendo los hombres como depositarios naturales de la razón normativa.  

Históricamente, el trabajo doméstico no ha sido reconocido como un verdadero trabajo, básicamente por las concepciones de género, que adjudican las labores de atención y cuidado humano en la esfera privada a las mujeres como su función «natural» y como «expresiones de amor». También por el género el trabajo se define tradicionalmente como una actividad masculina y económica. 

Este mecanismo de control patriarcal sobre el trabajo de la mujer pudo llevarse a cabo precisamente por haber simbolizado ese trabajo como perteneciente a la esfera afectiva.  Más aún, no considerarlo un trabajo, sino un acto de amor, de entrega, de sacrificio.

Incluso, señala Fernández (6), Desde los discursos médicos y morales se acentúa la virtud del pudor y la obediencia femenina.  Además, desde estos mismos discursos la idea principal consiste en concebir a la maternidad como esencia de lo femenino,  Quién no es madre, no es [mujer]. En tal caso, es posible remitirse a los discursos de la filosofía, la ciencia, y la religión.  Todos ellos, de una u otra manera, refuerzan este precepto.

La sociedad actual se ha construido sobre un pacto de división sexual del trabajo, histórico y tácito, que ha adscrito al género femenino a lo privado y al género masculino a lo público, al tiempo que ha dado prevalencia a este último sobre aquél, al que considera subsidiario, al igual que a quienes, en ese pacto, han de desempeñar las tareas que genera.  Este pacto (el sistema patriarcal) se ha fundamentado en los antagonismos, es decir, en su capacidad para transformar toda diferencia en desigualdad a partir de un ejercicio del poder en sus diversas modalidades.  Este poder se ha utilizado para dominar al diferente y de ahí provienen el sexismo, el racismo, el clasismo, los nacionalismos y todo tipo de confrontaciones con lo diferente, a partir de la lógica de uno (7). El sistema binario aplicado a los sexos da lugar a una jerarquía o asimetría, en la que el varón se declara el sujeto del discurso, del logos, de la historia y el que tiene capacidad de nombrar el mundo, de ordenarlo, de configurarlo simbólicamente de acuerdo con su forma de ser, de pensar y de sentir, siendo pues los varones los que ocupan el polo positivo, en tanto que las mujeres serían lo negativo. Esto es lo que explica que, aun siendo nuestro sistema de pensamiento binario, sin embargo se haya erigido sobre el régimen del Uno, del Mismo, en su capacidad significante rechazando o excluyendo todo lo que no se asimile o identifique con ese Uno, negando toda diversidad o heterogeneidad y reduciéndola a lo otro, atribuyéndole la categoría que por diferente implique inferioridad. 

Una de las consecuencias de esta concepción del poder que la perspectiva de género hizo evidentes ha sido la opresión de las mujeres.

La historiografía fija hacia finales del siglo XIX, el inicio del feminismo como movimiento colectivo cuyo primer objetivo era la igualdad de los derechos de la mujer representados paradigmáticamente por las sufragistas.  A partir de las primeras luchas surgen las primeras reivindicaciones de las mujeres que se centraron principalmente en los derechos económicos, educativos y políticos y el acceso a un trabajo digno remunerado.

Desde mediados del siglo XX, la participación de las mujeres en el mercado laboral sigue aumentando; y en casi todas partes se ha incrementado su trabajo fuera del hogar, aunque esto no ha venido acompañado de una reducción, en consecuencia, de su carga de trabajo no remunerado en el hogar y en la sociedad. (8)

Asimismo, aún se sostiene en el imaginario social que la feminidad predispone a las mujeres para realizar ciertos trabajos (de cuidado) o a ciertos estilos de trabajo (colaborativos) pues eso es plantear como natural, lo que en realidad es un conjunto de complejos procesos económicos y sociales y, peor aún, oscurecer las diferencias que han caracterizado las historias laborales de las mujeres.

Parecía, hace no muchos años, que todo cuanto ocurría entre hombres y mujeres eran hechos de la propia naturaleza, contra la cual no había nada que hacer. Precisamente, con la introducción de los estudios de género se ha puesto en evidencia que esas relaciones son culturales, es decir, artificiales, producto de la educación. Esto supone la seguridad de que así como un día se impusieron, pueden desaparecer o modificarse.

Esta realidad, no obstante, ha supuesto para las mujeres un proceso doloroso de deconstrucción de su identidad. El propio cuestionamiento del orden patriarcal es, al mismo tiempo, vivencia y fruto de ese intento de redefinición de su papel social, desde el conflicto entre la conservación y el cambio que marca la experiencia en el ámbito de la vida cotidiana. Se paga el precio de todo proceso de innovación, donde lo antiguo no acaba de morir y lo nuevo aún está por crearse. Esta necesidad de desmontar, desaprender y dotarse de una nueva identidad en torno a un paradigma distinto, ha propiciado un cambio de mentalidad que conlleva la aparición de nuevas reivindicaciones. El modelo masculino comienza a ser deslegitimado por la sociedad. 

Hoy las mujeres se benefician de variadas posibilidades exclusivas hasta no hace mucho tiempo a los hombres, al mismo tiempo que los nuevos padres y maridos hacen propias las tareas domésticas: cocinar, limpiar y cuidar a los niños. La publicidad como reflejo de la sociedad, muestra campañas donde los hombres “intentan” realizar con relativo éxito las labores del hogar, o bien desarrolla campañas sensibles y tiernas en las que el padre ideal da de comer a su bebé. Pero no cabe engañarse ante lo que en muchos casos no es sino una apariencia que corrobora una contradicción social. Porque al mismo tiempo, se oferta un super lavarropas o una cera que “aliviana” sus tareas domésticas para poder dedicarse a sus tareas públicas.  Sobre la relación entre la mujer y la esfera pública, que estar más presente no tiene porqué implicar haber devenido más visible. Los cambios en la distribución de labores hogareñas no han modificado como podía haberse previsto la tradicional asignación del espacio público a los varones y del ámbito privado a las mujeres. Es más, la publicidad refuerza, en muchas ocasiones, la funcionalidad de la mujer en el correcto desarrollo y equilibrio del hogar y, por ello, resalta el carácter heroico, mítico o, por el contrario, coyuntural, del hombre que asume roles o tareas típicamente femeninas. Íntimamente relacionada con la incorporación de la mujer al espacio público se desarrolla la dimensión laboral de la mujer, sobre la que se sustenta la contradicción social más frecuentemente señalada. Cada día son más las mujeres que se han incorporado en masa al mundo laboral, asumiendo en muchas ocasiones grandes responsabilidades, a costa también de no pocos esfuerzos y sacrificios.

Esta incorporación si bien exhibe que cada vez más mujeres trabajan o están al frente del hogar y tienen mayor nivel educativo que los hombres, a la hora de medir los ingresos o los sueldos, las cosas se invierten. Las mujeres ganan un 34,3% menos que los hombres. (9)    Es posible indicar que bajo una aparente discriminación salarial se invisibiliza una desigualdad.

Aunque las mujeres disponen de muchos más espacios de los que aparentemente son suyos, éstos aparecen «ilegalmente» apropiados por las mujeres, de modo que la sociedad, incluidas muchas de ellas, las desvaloriza. De esta manera, las funciones que ellas cumplen de hecho en espacios no convencionales, se suelen descalificar por medio del rumor, del chisme, del cuento o del enredo, no obstante de que éstas representen en realidad un alto valor cultural, social y político.

Asimismo, las mujeres siguen realizando también la mayor parte del trabajo doméstico y de las labores comunitarias no remuneradas, como el cuidado de niñas y niños y de las personas de más edad, la preparación de alimentos para la familia, etc, trabajos que no se suele medir en términos cuantitativos ni se valora en los presupuestos nacionales. Tampoco se valora adecuadamente la incidencia en los presupuestos que cada vez más mujeres quedan al frente de sus hogares, en muchos casos con hijos menores, y tengan que salir a trabajar aceptando empleos de pocas horas, sueldos bajos o condiciones más precarias.  Asimismo, no solo es que las mujeres ganen menos que los varones,  sino que a ciertos puestos de trabajo acceden sólo los varones. Las mujeres, por una serie de factores culturales, ocupan puestos que tienen más baja remuneración. (10)

La contribución de las mujeres al desarrollo económico se subestima profundamente y, por consiguiente, su reconocimiento social es limitado. Cabe destacar que se ha intensificado incluso el trabajo doméstico para compensar la disminución de los servicios sociales por la caída del gasto público (asociado a la caída del Estado de Bienestar),  además que por su posición en la familia y en el mercado de trabajo se permite que se incluyan como parte de la estrategia desreguladora del mercado de trabajo.  Asimismo, y a partir de la casi total privatización de los sistemas de salud, la contratación de las mujeres se realiza en muchos casos “en negro” por su papel en la reproducción asumiendo diversos costos laborales que deberían ser absorbidos por las empresas. (por ej.: costos sociales de la maternidad asumidos individualmente).

La mujer y por si fuera poco lo apuntado, se enfrenta además al dilema de cómo compaginar la vida profesional y la personal. La doble dedicación, trabajo y vida familiar, es vivida por muchas mujeres como una contradicción y un conflicto de difícil solución. La contradicción atañe a la mujer en tanto que sujeto social y, por tanto, es independiente de la condición social de que se trate: afecta por igual a empleadas domésticas y a ejecutivas. El entorno competitivo que se vive en el trabajo, el afán de superación, la necesidad de demostrar más para llegar al mismo sitio, la ruptura de los estereotipos de mujer bella y elegante versus inteligente, se enfrentan a las decisiones relativas a la maternidad y a la vida familiar, provocando sentimientos enfrentados y dilemas vitales, que no siempre encuentran solución sin tener que renunciar parcial o totalmente a una de las alternativas. 

Asimismo, muchas de las mujeres que tienen un trabajo remunerado tropiezan con obstáculos que les impiden desarrollar sus capacidades plenamente. Si bien cada vez es más frecuente encontrar mujeres en los niveles de gestión, a menudo, actitudes discriminatorias impiden su promoción a niveles superiores.  La inexistencia de un entorno de trabajo que tenga en cuenta las necesidades familiares, incluida la falta de servicios de guarderías infantiles apropiados y accesibles, y/u horarios de trabajo poco flexibles, impiden a las mujeres avanzar en la realización de sus plenas capacidades.  

Si logra salvar estos obstáculos y avanza, aparece una mujer que ejerce cada día un peso mayor en decisiones que antes eran terreno privativo del hombre, como la compra de la vivienda, el auto, inversiones, etc, sin embargo, estas decisiones van unidas, en muchas casos,  al tradicional dominio de las compras para el hogar, productos de belleza y limpieza y ropa para toda la familia, etc.

La diversidad contradictoria y la heterogeneidad de rasgos que caracterizan a la mujer como sujeto social reconocible en la sociedad actual nos lleva a plantear un mapa que represente las distintas esferas de sentido que conforman la identidad femenina como sujeto social. 

Es posible articular estos ámbitos de sentido en torno a las tres dimensiones anteriormente mencionadas – pública, laboral y económica- junto a la esfera íntima y privada implícita en la condición subjetiva de todo ser humano. Se representa a la mujer de hoy como sujeto contradictorio en múltiples facetas: generosa y egoísta, dominada a la vez que dominante, sujeto social y a la vez objeto de deseo, en ocasiones reflejo angelical y en ocasiones reflejo demoníaco, en ocasiones responsable absoluta de sus tareas y otras como sujeto alocado… 

Incluso en el último tiempo y con la crisis que vive nuestro país, se ha dicho permanentemente que las mujeres la supieron enfrentar mejor, ya que tuvieron mayor capacidad para adaptarse.  Sin embargo, que las mujeres se adapten fácilmente a las crisis es un gran mito porque descalifica y desvaloriza los costos y los precios que pagan las mujeres, considerando esto desde la trama social. En todos los niveles sociales hay diferentes costos y sufrimientos, que supone una crisis como la presente. 

Representar a la mujer en una situación bipolar o conflictiva: pública vs. privado, ó emocional vs. racional, ¿resuelve la contradicción? 

Es posible que con este interrogante se esté encubriendo una nueva forma de desigualdad.  Es decir, más allá del conflicto al que se enfrenta la mujer en su “salida al espacio público” por las limitaciones que éste le impone, diferencias y postergaciones que se han señalado, existe una gran contradicción en el cumplimiento de las exigencias sociales que se centran en el tradicional sistema patriarcal, pues las nuevas condiciones económicas, políticas y culturales han generado cambios significativos en los roles masculinos y femeninos.

Es decir, se desliza que el conflicto pertenece al campo específico de la mujer y que debe ser ella, “naturalmente” quién lo resuelva, cuando en realidad se está asistiendo a un fenómeno de características sociales.  Sus efectos conciernen a la sociedad toda y todos los integrantes de esta sociedad son responsables de las prácticas sociales inequitativas y los desequilibrios en las oportunidades que afectan por igual el desarrollo de mujeres y hombres. 

En tal sentido, el conflicto no es de la mujer (o del hombre), al menos no en su particularidad, sino que expresan la contradicción profunda que vive la sociedad a través de la crisis del modelo patriarcal y es precisamente tarea de todos encontrar soluciones razonables a los dilemas actuales, entre los que la incapacidad para encontrarlas parte de entender que no hay salida dentro de la estructura del sistema histórico vigente.  

El problema que se nos plantea es qué es lo que lo reemplazará. En este camino, la urgencia de una descolonización intelectual de nuestro imaginario individual y social es insoslayable.  Ésta es (y será) la discusión política central de los próximos años dentro de la enorme dificultad que ello comporta, a fin de que los diferentes sujetos sociales puedan ir recuperando su capacidad autónoma de pensar, para poder reconstruir su futuro sobre las cenizas que deja a su paso la crisis del modelo patriarcal.

Notas

  1. Poulain de la Barre,  De l’égalité des deux sexes (Sobre la igualdad de los sexos).  1673. http://www.fsj.ualberta.ca/SCSOC312/Poulain.htm
  2. Fernández, A.M.: La Mujer de la Ilusión. Ed. Paidós, Bs.As., 1993
  3. Badinter, E.: XY. La identidad masculina, Prólogo.y Cap III Ed. Alianza, Madrid, 1993.
  4. Ley 11.733.  Decreto 439/97 Reglamentación de la ley 11.733 de cupo femenino:  legislación sobre cupos femeninos en listas de candidatos a representantes en elecciones nacionales, provinciales y municipales.
  5. Shorter, E.: “El nacimiento de la familia moderna”. Introducción, Ed. Crea S.A., Bs. As., 1977.
  6. Fernández, A. M. Ob. Cit.
  7. Bonder, G. «Los Estudios de la Mujer y la Crítica Epistemológica a los paradigmas de las Ciencias Humanas», Ed. Dto. Publicaciones, Fac. de Psicología. UBA, 1995.
  8. “…el continuo tránsito de un mundo a otro, con códigos y sistemas de prioridades muy distintos que exigen no sólo prácticas diferentes, sino dos subjetividades distintas en una misma persona.  Al borde de un ataque de nervios [ ] suele ser la contracara de mujeres exitosas en el mundo público…” Fernández A. M.,  La mujer de la ilusión, Bs. As., Paidós, 1993. Cap. VI: «Hombres públicos, Mujeres privadas»
  9. Diario Clarín. 30/11/2004.  Sección el País. “Las mujeres que trabajan ganan 34,3% menos que los hombres”
  10. Algunos datos del INDEC:  El sueldo promedio de los varones aventaja casi en un 25 por ciento al de las mujeres. Casi el 30% de los hogares argentinos tienen al frente a una mujer, y según el INDEC (organismo del Estado), esta es una tendencia que va en aumento. La desocupación y subocupación las golpea más fuerte -la diferencia es del 10 por ciento, contando el empleo doméstico en negro. Y sin duda no es la educación lo que pesa a la hora de encontrar un puesto laboral: el 46,5% de las mujeres desocupadas tienen estudios universitarios. Sólo 25,8% de los hombres están en esta condición. 

 

Bibliografía 

 

  • Fernández, A. M. » La Mujer de la ilusión» Ed. Paidós, Bs.As., 1993
  • Bonder, G. «Los Estudios de la Mujer y la Crítica Epistemológica a los paradigmas de las Ciencias Humanas», Ed. Dto. Publicaciones, Fac. de Psicología. UBA, 1995.
  • Celia Amorós en Fernández, A. M. » La Mujer de la ilusión» Cap. 1 Ed. Paidós, Bs.As., 1993
  • Beauvoir, S. de «El segundo sexo» Tomo l. Introducción. Ed. Siglo Veinte, Bs.As, 1962
  • Schmuckler, B. «Familia y dominación patriarcal en el capitalismo» En Sociedad,  Subordinación y feminismo. Ed. Magdalena León, Bogotá, 1982.
  • Badinter, E.: XY. La identidad masculina, Prólogo.y Cap III Ed. Alianza, Madrid, 1993.
  • López, M. “Complejidades de fin de siglo y formación profesional”, en Fernández, A.M. y otros “Instituciones estalladas”, EUDEBA, 1999.
  • López M. «Genero y Poder en el Mundo Público» Dpto. de Publicaciones, Fac. Psicología, UBA, 2001.
  • Fernández, A.M.: “Las Mujeres en la Imaginación Colectiva”, Paidós, Bs. As., 1992.
  • Shorter, E.: “El nacimiento de la familia moderna”. Introducción,
    Ed. Crea S.A., Bs. As., 1977.
  • Connel R.W. La organización Social de la Masculinidad, en «Masculinidad/es. Poder y Crisis». Valdés T. y Olavarría J. (eds.) Ediciones de las Mujeres N°24, Santiago de Chile, 1997
  • Wainerman C., Geldstein R. “Viviendo en Familia: Ayer y Hoy”, en «Vivir en Familia” UNICEF/Losada, Bs.As, 1994

 

Fuentes de información complementarias

 

Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) – www.indec.mecon.ar

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