Una vez que empieza a moverse algo no puede detenerse.
La vida se abre paso, solo que no se trata de cualquier vida. Es nuestra vida. Y en esa apertura, por algunas encrucijadas que nos atraviesan, algunos avanzan y otros se frenan.
Lo que nos moviliza, a veces en lugar de causar nuestro movimiento, nos paraliza ¿Por qué?
Una de las razones más usuales que se argumentan para no moverse es que cuesta, da miedo, que involucra una decisión sobre lo que es necesario hacer y no se animan o bien lo que es necesario dejar y no quieren perder. Todas ellas situaciones que requieren de un paso, del cual claramente no sabemos dónde nos lleva, no hay coordenadas que señalen cómo será el futuro, entonces se lo fantasea y por ello, se detienen.
Somos conservadores en ese punto, con una gran carga de intolerancia a la incertidumbre.
A ese estado de conservación le han puesto diversos nombres, rutina, repetición, enfermedad, familia (padre, madre, etc), trabajo, para nombrar lo que creen que se interpone entre su presente y su futuro, solo que lo único que está allí no es más que uno mismo.
Si usamos la lógica y despejamos las variables, con esta modalidad lo que se intenta conservar es el tiempo.
Es allí que nuestra imaginación se pone al servicio de la detención. Se imaginan todos los escenarios posibles sin tomar ninguno. Y allí nos movemos tanto que hasta incluso terminamos cansados y agotados de no hacer nada.
De alguna forma, si esa fantasía, si ese mundo imaginado no lo ponemos en acción, nada va a ocurrir, ni bueno ni malo.
Quizás, precisamente, de lo que se tiene miedo es de que algo pase.