¿Se cuentan las vueltas?, ¿Sucede algo entre la tercera y la cuarta?, ¿Son todas iguales?
La repetición se instala y parece que fuerza al sujeto a un movimiento, a uno particular, girar sobre su eje. ¿Qué lo fuerza? El beneficio es estar en el centro, todo tiene que ver con sí mismo. Este hacer compulsivo del discurso esconde la pregunta: “¿Por qué hago lo que hago?” y en su lugar está la respuesta: “Doy vueltas”
¿De qué se tratará dar vueltas?, ¿Adónde se vuelve si no se va a ningún lado? La indecisión es lo que se instala. Nada de lo que aparece como opción para el sujeto le interesa o seduce. Imagina todos los escenarios posibles y les presume consecuencias. Se queda mirando esas escenas y no ocupa ninguna. Es un espectador. Elegir algo es no elegir todo, desde ya si no se puede todo, algo se pierde, y en esa instancia el sujeto no está dispuesto a perder nada.
Resulta posible señalar que el Otro absoluto del inconsciente está ahí “mandando”. El sujeto en su hacer no sabe que es mandado. Reprime, se resiste al encuentro con su saber inconsciente y lo ve desplegado en los otros semejantes, quienes al hablar lo interpelan, lo cuestionan, algo de eso que dicen el sujeto ya lo sabe aunque no lo sepa.
Va preguntando a un otro qué hacer y la respuesta que encuentra siempre tiene dos sentidos que se anulan. Esta escena está sostenida por un Otro que lo manda a dar vueltas motivo por el cual la pregunta “¿Qué estoy haciendo?” no aparece porque no la puede escuchar y lo que se hace presente en su lugar es la pregunta a esos otros semejantes “Decime qué hago”.
En otras palabras, como el sujeto se sustrae y se esconde detrás de las preguntas a otros, solo queda como una compulsión a dar vueltas. El sujeto precalienta para una maratón que nunca va a correr a menos que deje de preguntar a otros cuándo.