El árbol de la vida

Un árbol guarda en su tronco su memoria, su historia y el registro de todos los cambios climáticos, eventos y accidentes de la zona donde está arraigado.

Los que se dedican a su estudio pueden distinguir con un corte transversal del tronco los anillos de crecimiento, las circunstancias de su desarrollo así como su propio ciclo de nacimiento, condiciones de crecimiento, madurez y muerte.

La mejor forma de conocer la historia de un árbol y su pasado es a través de la lectura de los anillos de su tronco.

De igual manera, leemos nuestra historia. 

El análisis así lo demuestra.

Las palabras diseñan un cuerpo, lo seccionan y le dan un tiempo y un espacio a cada parte. Lo nombran y lo convertimos en partes de un sentido que tiene una historia que dejamos de contar hasta que algo necesita hacerse oír.

El cuerpo que tenemos es un cuerpo imaginario, es la imagen en tanto percibida. La anatomía no es la del organismo, con sus funciones. Es una anatomía de superficie, imaginaria, perceptual. 

Una paciente nos cuenta en una sesión “Me duele el brazo”. Ha acudido a médicos y especialistas y todos han coincidido en que no tiene “nada médico”. Ese paciente insiste con su dolor, para ella existe. Esa nada, ¿a qué se refiere?

Descubrimos que su cuerpo ha sido cortado por ciertas palabras que han dejado una huella, una marca y un sentido cifrado. Una pregunta -¿Desde cuándo?, inaugura la posibilidad de descifrar y encontrar esas palabras que “marcaron” ese brazo.

Nos relata que recuerda que de joven cuando jugaba al Handball esperaba que alguna vez fuera su padre a alentarla, cosa que nunca ocurrió. En un entrenamiento dejó de jugar por un intenso dolor. Buscó ayuda de todo tipo y nada parecía calmarla.

Le llevó un tiempo asociar el dolor con su padre y que éste, de joven había sido también jugador cuando una lesión cortó su carrera.

Esa joven que esperaba un abrazo y el reconocimiento, se dio cuenta que estaba sosteniendo el peso de una frustración que tuvo que soportar durante sus años de jugadora. El padre no podía verla jugar y ella hasta que surgió el dolor en su lugar tampoco lo supo.

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