(Dis)crimina(liza)ción

El discurso dominante exige un modo de pensar, modela las relaciones y las costumbres, subjetiva y nos atraviesa de sutiles formas en infinidad de actos que pasan inadvertidos para el común de las personas.

El discurso es el “uno”, y habitualmente se construye a partir de las posiciones que cada persona adopta en su parecer o en su diferencia  constituyendo un otro.  Crea un opuesto, real, tangible y presente y el uno se sustrae, se invisibiliza, opera desde el anonimato.

Se trata del discurso que impone la hegemonía cultural. 

Es una tarea indispensable deconstruir y detenernos a evaluar de qué modo se construye ya que sin proponernos y aún teniendo nuestras mejores intenciones y apertura social somos partícipes necesarios, repetidores y replicadores de ese discurso.  Es más, somos hablados por ese discurso, incluso está tan incorporado, impregnado en nuestro psiquismo que sin saber que nos habita, nos atraviesa y nos subjetiva de tal manera que necesitamos adoptar una posición, una distancia, un ejercicio de abstracción necesaria para que ese discurso no opere sin al menos preguntarnos que estamos replicando y repitiendo. 

Es a partir de cuestionar nuestra posición que podemos empezar a cuestionar el discurso “Uno”, o dominante.

Se trata de comprender que el discurso uno nos habita, nos hace sujetos, nos nombra y clasifica. Es sólo a partir de la toma de conciencia de la posición que adoptemos respecto del discurso uno es que podremos cuestionarlo, es a partir de cada una de las situaciones -cada una- Imaginemos que hay una respuesta para cada ítem de un catálogo enorme, mundial, gigantesco que reúne todos los acontecimientos de la historia, posiciones políticas, sociales, culturales, económicas, etcétera y que lo tenemos disponible, sabemos todas sus respuestas, y las que aún no sabemos nuestro entorno nos las proporcionará. Esto constituye el acopio de información inconsciente que se transmite de generación en generación, en cada familia, en la comunidad, en la historia del país. Sin una posición al respecto sólo nos queda reproducirla y recrearla en cada nueva situación.     

Indaguemos algunos ejemplos

En estos desgraciados últimos días, donde asesinaron a un “afroamericano” en Estados Unidos, hubo marchas, protestas e indignación, en las que se levantaron pancartas en contra del racismo.

Sin embargo, en la misma transmisión de la noticia de este hecho de absoluta gravedad y en las mismas protestas se dice afroamericano en lugar de “persona”. ¿Qué sería una persona? Pues bien, se trata del blanco, anglosajón, y protestante, (y más aún, hombre, rubio, apolíneo, heterosexual, etcétera) mientras “el otro” es afroamericano.  Lo que queda manifiesto es el otro, el discurso uno se invisibiliza.

Vayamos a otro ejemplo. Las campañas de donaciones y caridad que se realizan en Argentina (y también en otros lugares del mundo), con todo el crédito y el mensaje de una gran obra benéfica ¿Qué es lo que pone en evidencia? Cuando se observa la publicidad se muestra la pobreza de los barrios carenciados, humildes y los retratos de gente de etnias habitualmente asociados a pueblos originarios o bien “pardos”, “negros” “mestizos”, “indios”.  Queda nuevamente sustraído el “blanco”.

El “blanco” está en los comerciales de los productos del hogar, en los viajes, en las agencias de autos, en las ventas de electrodomésticos. Es el que triunfa, el que tiene dinero, el que tiene poder, el que puede dar y donar a los pobres “negros”.

Los “nazis” mataron 6 millones de “judíos” en los campos de concentración.  El discurso no dice 6 millones de personas.  Reproduce aquello que los nazis trabajaron y transmitieron durante años, de convertir a los judíos en una sub raza. Son judíos.  Los mataron por su condición de judíos.  El que no lo es, puede conmoverse, indignarse, etcétera, pero a él no le toca, no es judío.

Del mismo modo gitanos, armenios, islámicos, o el grupo que se les ocurra.  Cuando alguien anuncia “Mataron un X” en lugar de una persona, ¿qué efecto ocurre?  El que no está en ese “grupo” se alivia.  Puede protestar, indignarse o hacerse el distraído, da lo mismo.  Ya lo decía Martin Niemöller, en su célebre poema:

“Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,

guardé silencio,

porque yo no era comunista,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,

guardé silencio,

porque yo no era socialdemócrata

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,

no protesté,

porque yo no era sindicalista,

Cuando vinieron a buscar a los judíos,

no pronuncié palabra,

porque yo no era judío,

Cuando finalmente vinieron a buscarme a mi,

no había nadie más que pudiera protestar.”

Vamos más allá aún.  Una noticia informa que golpearon a un “homosexual” porque se estaba besando con su pareja.  El mensaje es increíblemente discriminante, replica la agresión en sí mismo.  Diferente sería “golpearon a una persona y punto”.  Lo de homosexual y lo del beso pone la situación en: “a mi y a vos no te va pasar, no somos homosexuales”.  Nuevamente la gente se indigna, protesta, etcétera. 

¿Seguimos?

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