Deseo

Abrir paso al deseo implica necesariamente reducir goce”. Frase paradigmática para el psicoanálisis. Recorrido que cada analista, en la dirección de la cura, trata de desenmarañar con el relato que trae el paciente preguntándose: ¿de qué padece?, ¿por qué padece de esta forma esta persona?

Casi como una operación matemática, lógica, precisa. Para que emerja algo diferente, algo tiene que dejar de ser lo que era hasta el momento. Abrir paso implica eso, hacer lugar.

Abrir paso al deseo requiere de un cambio de posición, es decir, de un movimiento subjetivo, un corrimiento de ese goce que solo lo hace dar vueltas en el mismo lugar, sin traer mayor placer al final, muy por el contrario, sólo trae más sufrimiento y angustia.

El goce para el psicoanálisis es ese recorrido pulsional, de empuje, que comanda las acciones del sujeto cuando aún no está advertido que, de lo que se trata, es de un hacer de otro orden, con un comando histórico, inconsciente, que parece que viene de un otro, superyoico. En otras palabras, un hacer que se hace en modo automático sin que el sujeto esté presente en ese acto.

Este hacer comandado por otro es lo que lo torna repetitivo, bizarro, y las más de las veces absurdo. Se trata de un hacer que cuando se repite es sencillo detectarlo por algún ojo o escucha curiosa. Resulta posible leerlo en el discurso.

Los analistas en el consultorio escuchamos corrientemente lo que denominamos repeticiones, en algún área o aspecto de la vida de los pacientes, donde algo insiste y resiste al cambio. Por ejemplo, elecciones de pareja, discusiones con un otro significativo, problemas en el trabajo, impedimentos para comenzar algo nuevo, etcétera. Siempre hay por lo menos un elemento que se mantiene constante en cada situación. De eso se trata el goce, algo que vuelve siempre al mismo lugar, sin producir nada novedoso, ni mostrar demasiados cambios que alivianen ese padecer. Es posible añadir entonces una lectura para completar el ejemplo, eligen siempre el mismo estilo de pareja, discuten con el mismo argumento, los problemas lo siguen tratando como problemas sin poder hacer algo diferente para tratar de solucionarlos, y siempre son los mismos impedimentos para comenzar. ¿Por qué no se resuelve más fácil?

Sucede que este empuje pulsional se las ingenia por manifestarse y hacerse presente.

Por el contrario, retomando la vía del deseo entonces, es posible considerar que es un trabajo en constante movimiento, cambiante y personal de cada sujeto. También es una fuerza de choque, antagonista del goce. El deseo es un hacer que implica la pregunta por lo establecido, pero por sobretodo la pregunta por lo que causa ese movimiento que se quiere lograr.

No se transita de manera lineal, a diferencia de la propuesta contemporánea, del capitalismo posmoderno que insta al consumo y a la brillante idea de que consumir nos hará más felices, el deseo nos propone un desafío, un encuentro con la pregunta, que parte de uno y vuelve a uno.

¿Cómo encontramos esa pregunta?, ¿De qué se trata?

Hay momentos en la vida donde las cosas vacilan, pierden sentido, y los hacen revisar si muchas de ellas se realizan en automático o si son demandas de otros. Por ejemplo, “tenés que trabajar”, “ser alguien en la vida”, “tener hijos”, etcétera. Pero… ¿en dónde se encuentra el sujeto en todas esas demandas (sociales, culturales, familiares) que ahora están internalizadas? Una pregunta un poco freudiana… ¿en dónde está el yo en todo este asunto?

Me refiero a la pregunta por la existencia. Aquella que muchos temen formularse, aquélla que la sociedad y la cultura niegan que aparezca y la disfrazan de frases al estilo de “viniste a ser feliz, no te distraigas”.

Aquella pregunta conlleva, las más de las veces una angustia. Estar dispuesto a preguntarse sin apresurarse a encontrar las respuestas, o simplemente, sin dar con respuestas que resulten del todo satisfactorias, genera una diferencia entre lo que se pregunta y lo que se responde, produce un resto, una distancia. Cuando la pregunta y las posibles respuestas a esa pregunta no son correspondidas, emerge la angustia. Angustia con la que se trabaja con los pacientes en análisis, angustia que señala que algo que funcionaba como respuesta dejó de hacerlo, ya no funciona al modo en que lo hacía.

Esa distancia, hiancia, entre la pregunta y la respuesta, produce modos de gozar y de desear. Gozar, es un modo de tapar que emerja algo diferente, se podría considerar que se intenta dar siempre la misma respuesta; mientras que desear, es tolerar la realidad que se presenta, es decir, comprender que no hay correspondencia entre la pregunta y la respuesta en donde no aparezca algo del orden de la angustia, y animarse a transformarla, interpelarse y hacer algo diferente con ella.

Entonces, el encuentro con el deseo nos acerca a la pregunta singular. Desear es empezar a dudar de lo establecido. Es interrogarse e interrogar la vida que se vive. Es habilitar opciones donde hasta ahora estaba siempre la respuesta automática.

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